Por: Mauricio Preisser Cano

Era diciembre de 2018. En oficinas de gobierno por todo el país, funcionarios con décadas de experiencia recibían el mismo mensaje: “Ya no te necesitamos”. No importaba si habían diseñado políticas exitosas, si conocían cada detalle de programas complejos, o si habían dedicado su carrera a servir al Estado. La única pregunta era: ¿estás con nosotros o contra nosotros?

Así comenzó la mayor purga del servicio público en la historia moderna de México.

Los números del exterminio

72,000 plazas eliminadas en solo dos años. Para que se entienda la magnitud: es como si desapareciera toda la población de Cuernavaca del gobierno federal. Y eso fue solo el inicio.

Al final del sexenio, la cifra escaló a 595,000 funcionarios despedidos. Cada uno llevándose consigo años de experiencia, contactos institucionales y, sobre todo, la memoria de cómo funcionan realmente las cosas.

En la Secretaría de la Función Pública, ironías del destino, pagaron 47 millones de pesos en liquidaciones por apenas 169 despidos. ¿Austeridad? Más bien, la liquidación más cara de la historia.

El absurdo de la pandemia

La crueldad del experimento se reveló en toda su dimensión durante el COVID-19. En 2019, despidieron a 4,462 enfermeras “por austeridad”. Cuando llegó la pandemia, el pánico los obligó a recontratar a 5,987 en 2020.

¿El resultado? Más gasto, menos experiencia, y un sistema de salud que colapsó cuando más se necesitaba.

La lección era simple pero brutal: puedes despedir a los expertos, pero no puedes despedir a las crisis que ellos sabían manejar.

La diplomacia en ruinas

En Relaciones Exteriores, la devastación fue silenciosa pero letal. Desaparecieron ProMéxico y el Consejo de Promoción Turística. Décadas de contactos internacionales, estrategias comerciales y conocimiento especializado se esfumaron de un día para otro.

El resultado: una política exterior reactiva y amateur, improvisando soluciones donde antes había estrategia. Como admitió un especialista: “Se están tirando a la basura millones de pesos en capacitación y profesionalización de tres sexenios”.

Cuando solo quedan los soldados

Sin funcionarios competentes, solo queda una opción: militarizar todo. En tres años, el Ejército reportó 640 enfrentamientos con civiles, matando a 515 personas. No eran enemigos extranjeros; eran mexicanos en territorio mexicano, enfrentados por soldados haciendo trabajo de policías.

Las instituciones civiles de seguridad perdieron 50.8% de su presupuesto y 34.3% de su personal. La solución oficial: que los militares hagan todo. Human Rights Watch lo resumió perfectamente: “encomendarles que contengan la violencia delictiva fue echarle más leña al fuego”.

La paradoja de la austeridad

Mientras se despedían enfermeras y diplomáticos “por austeridad”, ¿en qué se concentraron los ahorros reales? 30% en combustibles y 24% en prestaciones de altos funcionarios.

No se eliminaron estructuras redundantes ni se optimizaron procesos. Se destruyó capacidad institucional de forma sistemática y se le llamó “transformación”.

 El costo del desprecio

Hoy, las consecuencias son innegables:

  • Violencia criminal aumentó 18.6% (México Evalúa, 2024)
  • Impunidad por encima del 90% (México Evalúa, 2024)
  • Sobre ejercicio presupuestal constante (IMCO, 2023)
  • En la Secretaría de Salud, solo 4 de 784 denuncias fueron procedentes en 2022 (IMCO, Índice de Desempeño Administrativo, 2023)

¿Cómo se combate la corrupción sin capacidad de investigar? ¿Cómo se hace política exterior sin diplomáticos experimentados? ¿Cómo se atiende la salud sin personal capacitado?

La lección más dura

México aprendió por las malas que la competencia no es complicidad y que la experiencia no es traición. Aprendió que puedes cambiar a las personas, pero no puedes cambiar la complejidad de los problemas que enfrentan.

La tragedia es que era evitable. Bastaba con distinguir entre funcionarios corruptos y funcionarios competentes. Pero era más fácil arrasar con todo y empezar de cero.

El día después

Ahora toca reconstruir. Pero reconstruir qué perdimos tomará décadas. La experiencia institucional no se compra en Amazon ni se descarga de internet. Se construye año tras año, crisis tras crisis, decisión tras decisión.

La pregunta que debe obsesionar a cualquier gobierno futuro es simple: ¿México puede permitirse otro experimento como este?

La respuesta debería ser obvia. Pero México ya demostró que lo obvio, a veces, no es tan obvio.