Por Myriam Martínez.
Los incendios forestales en Michoacán no son ya un fenómeno estacional, son una emergencia ambiental que pone en jaque no solo a nuestros bosques, sino a la biodiversidad, al aire que respiramos y, en última instancia, a nuestra vida misma. Mientras el fuego devora hectáreas de áreas naturales protegidas, lo que está en juego no son solo árboles, sino el equilibrio ecológico de toda una región que depende de sus recursos naturales para subsistir.
El cambio climático ha hecho lo suyo: sequías prolongadas, olas de calor intensas y una alarmante reducción de la humedad en el suelo son factores que crean las condiciones perfectas para que un chispazo se convierta en un infierno. Pero no podemos escudarnos solo en causas naturales. Una gran mayoría de estos incendios son provocados. La ambición de intereses inmobiliarios, agrícolas o ganaderos ha desplazado a la razón ambiental y a la ética social. Las quemas “controladas” que se salen de control, la negligencia humana al tirar colillas o botellas, o la quema intencional para cambiar el uso del suelo, son conductas criminales que deben sancionarse con todo el peso de la ley.
Sin embargo, más allá del castigo, urge fomentar una nueva conciencia ambiental. No se trata solo de las autoridades o de los grupos ecologistas: la responsabilidad es colectiva. Desde la niñez hasta la vejez, debemos asumir que proteger nuestros bosques es protegernos a nosotros mismos. ¿Cuántos de nosotros hemos participado en una reforestación, denunciado una quema ilegal o incluso evitado prender una fogata en zonas de riesgo? Lo cierto es que aún somos pocos.
Y mientras nosotros debatimos o nos desentendemos, allá arriba, en las zonas altas y de difícil acceso, hay personas que sí actúan. Son los brigadistas forestales. Mujeres y hombres que, sin más arma que una pala, una mochila y su convicción, se enfrentan cara a cara con el fuego. Trabajan en condiciones extremas, con poco equipo, y muchas veces sin el reconocimiento ni la paga que merecen. Su labor es titánica y profundamente heroica.
Ellos no solo apagan incendios; apagan nuestra indiferencia. Nos recuerdan que sí se puede luchar por el planeta, por Michoacán y por el futuro. Por eso, en cada llama que se extingue, va también un llamado: o asumimos todos nuestra parte de responsabilidad social y ambiental, o seremos cómplices silenciosos de nuestra propia destrucción.