Cada tortilla que llevamos a la mesa guarda una historia de resistencia.
Hoy, miles de productores salieron a las calles no por gusto, sino por necesidad. Nos están diciendo algo claro: el campo ya no aguanta más indiferencia.

Su voz es la de quienes siembran esperanza, pero también la de quienes resisten un sistema económico que los ha dejado solos frente a una competencia desleal.

El T-MEC, firmado en otra época y bajo otras prioridades, prometió prosperidad. Pero en la práctica, ha significado lo siguiente:

1️⃣ Competencia desigual

Mientras el campo estadounidense recibe cuantiosos subsidios gubernamentales, en México los apoyos directos al productor han disminuido.
Esto provoca que los agricultores mexicanos no puedan competir en igualdad de condiciones, ya que el maíz o el limón importado resultan más baratos que los nacionales.

2️⃣ Importación de maíz transgénico

El tratado permite el libre comercio agrícola, lo que ha incrementado la entrada de maíz transgénico proveniente de Estados Unidos, desplazando al maíz nativo mexicano.
Esto no solo compromete la soberanía alimentaria, sino que pone en riesgo la biodiversidad de nuestras razas criollas.

3️⃣ Presión sobre los precios locales

Las importaciones masivas deprimen los precios internos del maíz y otros productos del campo, reduciendo drásticamente el margen de ganancia para los pequeños productores.

4️⃣ Disputas comerciales

México ha intentado limitar el uso de maíz transgénico para consumo humano. Sin embargo, Estados Unidos interpuso un panel de controversia bajo el T-MEC, alegando violación al tratado.
Esto refleja cómo un acuerdo comercial puede restringir la soberanía nacional en temas fundamentales como la alimentación.

5️⃣ Exportaciones sin valor agregado

En productos como el limón, México sigue exportando principalmente materia prima sin procesar, mientras que las grandes empresas norteamericanas controlan el mercado de derivados: jugos, aceites, esencias.
El tratado no ha impulsado una política clara de industrialización del campo mexicano.

¿Cómo competir con un campo que opera con subsidios millonarios, mientras el nuestro resiste con apoyos cada vez más limitados?
El maíz transgénico entra barato y desplaza al criollo, ese que resguarda la memoria y la biodiversidad de nuestros pueblos originarios.
Y cuando México intenta proteger su soberanía alimentaria, enfrenta sanciones legales que le cuestionan su derecho a decidir.

Exportamos limón, aguacate o mango… pero casi siempre como materia prima. ¿Dónde queda el valor agregado, la industria local, la posibilidad de generar riqueza desde las comunidades?

Con todo esto, no cabe duda de que enfrentamos un panorama complicado con nuestros vecinos del norte. Por eso, hoy más que nunca debemos repensar el modelo, fortalecer la producción nacional y respaldar a quienes trabajan la tierra.

Por su parte, los gobiernos de la Cuarta Transformación han reorientado apoyos como Producción para el Bienestar y ha promovido compras públicas a pequeños productores, como ya lo a anunciado el Gobernador Alfredo Ramírez Bedolla.
Pero los desafíos siguen siendo profundos y estructurales.

Defender al campo no es un capricho: es defender la soberanía, la justicia y el derecho de cada familia campesina a vivir con dignidad.

Como ha dicho la presidenta Claudia Sheinbaum: la justicia social también se siembra. Y eso no se logra con tratados, sino con voluntad política y memoria histórica.

Hoy el campo habló.
La pregunta es: ¿vamos a escucharlo, o seguiremos dándole la espalda?

Porque defender al campo no es ir contra nadie.
Es estar del lado correcto de la historia.

Es creer en un México que produce, que alimenta… y que transforma.